El pésame 2

Cuando la aldea era el mundo y la muerte era natural, como se dijo, pésames y entierros eran una ocasión para el contacto, y ahí era donde la gente moza se aplicaba, asumiendo de gana la representación. Además, si el fallecimiento era en estación de trabajo, se ahorraba ir a la herba o labor, por lo que el encargo eran recibido tan positivamente.

Otro factor era la pirámide de edad, que entonces no estaba invertida: en cada casa, un reducido grupo de mayores se multiplicaba en una rapacería considerable, bastándose tres o cuatro familias para llenar ellas solas un aula de cuarenta escolinos. De aquella, se jugaba al órdago con la demografía y estaban repletos los casares; de ahí que en muchos entierros pusieran línea. En las esquelas, con la fecha y hora del rito, se recogía el paso del autobús apañando vecinos, que la gente de entonces era cumplidora y enterradora, como se decía.

En la parroquia de Sebarga, había una familia repleta de mujeres. Las hermanas iban siendo distinguidas una a una de acuerdo con la economía, palabra que quiere decir “las normas de la casa”. La justicia en el reparto asignaba a cada hermana alguna cosa a estrenar; y así, una tenía zapatos nuevos, otra una blusa, otra una falda de vuelo y otra pendientes, que se los habían puesto para el santo. Eran tiempos en que cada persona tenía algo, y el derroche no se concebía.

Así que la comisionada para el pésame, se componía con las mejores prendas del colectivo y, con más o menos aprobación, salía de casa reluciente con lo de todas.

Hoy, en un universo de mayores, los críos lo tienen todo, cuando los hay.