Muelle y playa de Llumeres. Imagen: Maia Rozada.
La Nueva España, 24 de noviembre, 2025.
Llumeres
Gonzalo Barrena
El derredor de Peñas es un paraíso para quienes lo quieran leer, que es el modo avanzado de caminar observando. En muchos de sus lugares se explaya el paisaje, pues dado que el mar se aplica con la costa en su batallar incesante, a la tierra no le queda otro remedio que mostrarse. Es el caso de Llumeres, una ensenada con playa, puerto y afloramientos que tintan el agua de bermellón.
Llumeres forma parte de Gozón a efectos administrativos y se aloja al este de Peñas, como Bañugues, Luanco y Candás, las otras entradas de ese flanco que se alarga hacia Gijón. Son cosas del litoral, que está fabricado con detalle. Llumeres es una mina en el itinerario, tanto en el sentido literal como en el figurado.
Los romanos participaron ya en el beneficio de su hierro y algunos textos medievales refieren también el yacimiento. En el siglo XIX, una sociedad del concejo retoma la actividad y, después, la Duro Felguera prosigue las extracciones. La larga historia contrasta con el abandono culposo que reina hoy en el sitio, donde las instituciones se han dado por satisfechas con dos maderos y un panel. Afortunadamente, hay excepciones: una asociación local de nombre exigente, El Curbiru, insiste en exhumar del olvido la riqueza de Llumeres, y el libro de Lucía Fandos -“Hombres y mujeres de hierro” (2020)- registra exhaustivamente la historia industrial y social del sitio hasta el final de la explotación en los 60.
En la ensenada, no obstante, persisten los testimonios de aquel trasiego de minerales, envueltos hoy en la belleza extraña que proporciona su relumbre. El brillo tenue de todo el arco ferruginoso, velado a la tarde por el contraluz del cabo, atrae a los amantes de la fotografía cruda, esos que andan a la caza de la realidad sin dopar el objetivo con filtros. En Llumeres, con la luz formando parte del nombre, tiene el día tantos momentos como la fisonomía de un adolescente.
Y además… tamarugita, mineral secundario, insólito en toda Europa y efímero ahí, pues se teje y desteje como una costra blanca en el talud rocoso, acentuando la singularidad del lugar, una playa extraña de arenales rojos, muelle vacante y bañistas ocasionales.