Desproporción.
Bajo el Puentón de Cangues ha venido a alojarse un alumbrado propio de Centro Comercial, gusto discutible y abierta desproporción. Al hilo del trampantojo, el viernes 25 de noviembre, alcalde, concejales y televisión, se citaron sobre el puente nuevo con la ciudadanía para darle rango de evento al encendido de navidad.
Es cierto que corren malos tiempos para la ostentación, con el dinero de todos puesto en fuga por la mala gestión y la ambición de partido, por lo que no se va a hacer sangre aquí con el coste del dispositivo, que además desconozco. Ni tampoco con la elección de la escena, la del Belén, versión histórica del movimiento anti-desahucio, y pasado pobre con el que el poder falsea sus orígenes. Ni tampoco se va poner el foco en la familia de Nazareth y sus personajes, empleados hoy como sacos de tierra por la españa católica para frenar la riadona de demonios anglosajones que venimos sufriendo desde Halloween para acá, ahora que el opio del pueblo se consume en bilingüe.
Lo que se somete a crítica desde este humilde portal en columna es el truco-trato por el que se nos ha colado bajo el puente una espiritualidad de bajo consumo, tan pobre en leds como pasada en tamaño, y que se haya convocado al pueblo para fascinarlo con el artificio. Sólo los más pequeños habrán puesto en el cielo infinito de su imaginación lo que le faltó al alcalde esta vez y a su equipo en más ocasiones: más luces de las otras, geometría, cierta humildad y les bombillines de siempre si no hay para más, porque en la ciencia del belén jamás funcionó bien el axioma del burro grande.