De mondongueras a Google
Uno tiende a pensar que las mujeres a quien se consultaba todo sólo existieron allí, en las cocinas de hierro y oro del matriarcado astur. Desde su merecida cátedra, informaban a la audiencia y sentenciaban implacables en su derredor: en casa de ellos, jiya, nunca amasaren bien.
Mejor que no te pasaran cerca los rejones porque, en la rueda de las horas, aquellas hembras no tenían tiempo a contemplaciones ni estaban entrenadas en callar. El Imperio Romano, el Cristianismo y todos los patriarcas que vinieron después nunca lograron arrinconar a las mujeres de Herodoto, que siempre fueron dueñas del norte peninsular. La vida, la casa, los estudios, las decisiones…todo se decidía en el sanedrín de los hogares, bien provistas ellas en su “data-center” de informaciones de procedencia diversa.
Hoy, en un pis-pas, hemos pasado de las mondongueras a Google, infinita comadre para las nuevas necesidades globales. He visto a una joven funcionaria tecleando “cómo descuartizar un pollo”; he visto a dos treintañeros, al regresar del gimnasio, preguntarle al teclado cómo se inicia un jamón, observé a dos adolescentes indagar sobre cómo abrir un coco, y pude ver esta tarde, desde el borde del muelle, a un novio pescador tirándole a la mujer un bonito de conveniencia.
Adela, que heredó el arte y el nombre de las mujeres antiguas, sujetó en brazos los doce quilos de pez y los depositó en el balde del maletero. Ya en casa y sin informantes, descargó un tutorial en el movil (que protegió con film de congelar) y fue guiándose por un argentino en Youtube: “Seguí las agallas con el cuchisho, salvá las ventrescas…dividí el pez por la mitad, como todo en la vida” “Ahora sacá los lomos de alante atrás, en trozos que te parezcan, y xá lo tenés, flaca”, remataba en plata el oráculo digital.