Apenas un tirante
Camino de la playa o de las piscinas, se abre con el calor un reguerín de mujeres con vestido cómodo, que se posa sobre los hombros ya bronceados con la suavidad que acompaña el apenas de un tirante.
Si eso fuera un acertijo mediterráneo y alguien preguntase por el tipo de orilla, la respuesta podría ser ésta: donde no pesan los patriarcas ni la religión, la piel de mujer respira tanto como su mente.
No hace muchos años, y era España, en la Extremadura de los ochenta conocí a una pediatra que reservaba los brazos para su esposo. Se llamaba Francisco José, qué nombre, y a mi marido, decía, le gusta que me cubra cuando salimos, aunque en casa o cuando vamos al río, no le da más.
Dice Limam Boisha, poeta saharahui, que apenas un beso separa la boca de África de los labios de Europa, pero a este lado del Mediterráneo, para la mujer, las cosas han ido mejor y más rápidas durante las últimas décadas. Y aunque los pueblos y su humanidad estén tocándose, para la gente que pare y amamanta, los continentes en Gibraltar siguen sin besarse.
Bajando al arenal de Morís, en Caravia, una mujer caminaba delante de mi con un vestidín hecho de éter y apenas un trozo de cuero en el pie. El aire de la playa agitaba la tela, sin otro peso que las flores y fresas que se arrebujaban en la textura del crepé. Y el cuerpo se merodeaba con la brisa, convertida en el viento dulce que sopla sobre las hembras a esta parte de la conciencia; y por las cangas desnudas de sus hombros cruzaba con el único fin de ayudar, como hacen los hombres nuevos, apenas un tirante de color hueso.