El marido
A medida que las mujeres pierden el miedo a significarse, cada vez resulta más difícil la foto social de los maridos; más aún para los que se han criado en la mitad celtíbera del siglo XX.
Por eso hay toda una generación rondando los cincuenta, arriba o abajo, que ha tenido que educarse a si misma en la cooperación de género, por no llamar con su verdadero nombre a la goleada que está sufriendo el varón en el interesante derby de los sexos.
De esa generación autodidacta hubo varios representantes en el espectáculo de Variedades que se dio en El Filandón, un inquieto y coqueto bar -como su regenta- que se esquina sobre el río en medio de Cangas de Onís. Ocurrió este sábado del puente, en presencia y voz de Rodrigo Cuevas, un agitador de cuplé que ensaya formas contemporáneas de sicalipsis, porque la exploración erótica no pasa de moda. En el bar de Mai, varios tipos del siglo pasado hacían de cónyuges del XXI, dejándose ver como maridos que dejan brillar a las mujeres, qué país tan moderno de hombres se ha vuelto el actual.
Por eso, cuando vi arremolinarse a una esposa convertida de pronto en María Jiménez, de frente muy alta y falda muy corta, y cruzando la sala entera presa de una muñeira, miré al marido para adivinar en él las inseguridades de cualquier varón educado en el tardofranquismo: pero se reía cómplice y sano el muy bribón, sin celo, recelo ni resquemor; y sin ni siquiera irse de la escena, tras la significación pública de su mujer. Dios y el acierto guarden para siempre su matrimonio, sabedores todos de que, en menos de una generación y afortunadamente, algunos hombres nuevos han acertado a seguir ni frenar el imparable son de las mujeres.