En el hipermercado
Dice Delacroix que más de una complicidad se guardan el escribir y la pintura, pero sin olvidar la física, que es la que suele poner el movimiento. Por eso me gustaría conducir, acompañadamente, a dos personas con oficio hasta determinada sección de un hipermercado local: sobre uno de sus anaqueles se ven a turnos los labios más perfectos que puedan rodearse de mujer.
No digo carnosos, ni sensuales, ni morbosos, ni cualquier adjetivo de ésos que suelen acompañar la fruta de la boca. No, no voy por ahí. Porque la persona que los encarna lleva en el medio de la cara (que tampoco se rezaga) una ceca de las antiguas, como si a los manes que amasaron esos rasgos, se les hubiera escapado el troquel, ése del que se sirve la biología cuando acierta de pleno en la proporción de las formas.
Y la probina es europea, y no cuenta por ello con la ventaja del mestizaje reciente, al construir esa parte muelle de la boca que juegan los labios: a sus hiperabuelas las parieron los dioses que vinieron del frío, y ya durmen per equí más de mil años, jugando en las aldeas celtíberas a la ruleta rusa de la consanguinidad. Y digo eso, que sí, que la rapaza es de la estirpe ganadera que llegó meciendo cabras de oriente pasadas por el septentrión, y ahora atiende a los que compran cosas como una diosa oculta en la gran superficie. Porque pone en el aire de la báscula, no cuando pesa sino cuando dice, frases que se pronunciaron en Delfos, preguntando si te pongo más con sonrisa, y levitan libros y libreros, y a ti te apetece aplaudir como en los éxitos, sólo que aquí se repiten sencillamente mientras expida tíquets la máquina de dar la vez.
Pues allí me gustaría llevar a un pintor y a alguien que escriba para pelearlos a los dos por el segundo y tercer puesto (ella va como Vettel) a la hora de jallar cánones en la belleza. Y que luego tomen un café los tres para ver si aparecen esos puentes que unen las artes de Delacroix, o para que cada uno quede en la orilla que le es natural, aunque mil veces sea preferible -contra Platón ahora- sentarse a merendar en la ribera de la física.