La Guía, Ribadesella. El Fielato, 13 nov 2019.
Gonzalo Barrena
Hay un paseo por el flanco derecho de la ría, en Ribadesella, cuya sencillez es inversamente proporcional a su belleza. Arranca discreto desde el ángulo del muelle y progresa entre las casas, falda arriba, buscando el puntal. A su término, volviéndole la espalda al mar, se recibe sin necesidad de maestros una explícita lección de geografía. La geografía, como uno suele estar dentro de ella, no siempre se ve, y por eso hay que salirse un poco de la ensenada, como apuntando a América, para alcanzar todo el panorama del finisterre local.
Allí, con 365º de visión, y sin otra objeción que el viento o el salitre, aparece toda la vega del Sella final, francas y separadas las riberas antes de concluir en el puerto y su bocana, ceñida al norte por el cueto de La Guía, donde se está. Qué nombre tan explícito: los marineros buscan su perfil con un reojo incesante para guiarse adecuadamente en el mar, que es continuo, y poder descifrar una costa que se acantila severamente.
Ahora que es noviembre, mitad de otoño y días cortos de luz, las angulas entran empujadas por el creciente de la marea. A su encuentro, salen los pescadores, y arrimándose a los bordes del arenal con cedazo y faroles, interceptan con luz de gas el paso de los alevines. Desde La Guía, contemplar las luminarias al borde del agua permite viajar de un salto a los mundos de Ulises, sin perjuicio del precio, también homérico, que llega a alcanzar el kilo: más de 6.000 euros en momentos de exageración.