(Segundo artículo de un conjunto de cinco textos publicados a principios de 2015, en vísperas de las elecciones generales y autonómicas)

LA IZQUIERDA DE NÁCAR

Pulcra, brillante y eclipsando las luces de los medios, entró en el antro Concha Masa Noceda, fulgente diputada del parlamentín. Ay las jóvenes mujeres de rizado pelo, arregladas a lo Tsipras, no pudieron evitar un no se qué de recelo viendo a la mujer madura, y observando cómo se desenvolvía, oiga, en medio de tanta OPA hostil.

Dicen que Gaspar, cuando lo supo, tuvo ese aquél de los maridos inseguros, esos que se inquietan sin causa cuando ella sale a cenar con los compañeros [de ideología]. Los enfadáos, al decir de Lara, tienen que sacudir ese recelo si quieren sobrevivir a la historia contemporánea y al mal humor, y salir a la escena con el donaire de Concha, chavales, no la visteis cómo acaparó casi todos los focos que miraban a los herejes.

No pueden ser las izquierdas de nácar. Las izquierdas sólo pueden ser limpias como el nácar en los modos y en el pelo, pero nunca en la acción. Y menos ahora, que vamos a morir todos como en Melancolía (Von Trier, 2011), una película que invita a luchar o bailar, y a hacer el amor [político] con la realidad. En Melancolía la actriz medio alemana remangó el faldón y disfrutó transversalmente la víspera del impacto, porque hay que saber aceptar siempre el duelo de la verdad, sin atender a la caligrafía. El miedo y la oportunidad, sobre todo ahora, que vivimos instalados en la inminencia, no sirven en el palenque, que es la patria de los políticos de raza. En Casa Gervasio, salvo las mujeres, solo vi santones (expresos o mudos), posturas recalcitrantes y una legión diletante de noveles. El menú aceptable, no más.

Porque la honestidad matemática, propia de cualquier razonamiento, o la heterodoxia en el estar, jamás serán comprendidas. Ni iglesias ni partidos las saben jugar, perplejos ante otros códigos y giros que vayan más allá de la brisca o de la tuerca, y no las perdonarán. Inmovilizados por la doctrina y por el carácter peligroso de las compañías -que son todas las interesantes- los aparatos refunfuñarán desde la esquina invicta encomendando su miedo a los iconos bizantinos, como Putin, «para quedarnos como estamos», e intentando travestir su inseguridad masculina en psicofonía: “aunque salga a cenar con esa masa, no ceda, señoría”.