(Quinto artículo de un conjunto de cinco textos publicados a principios de 2015, en vísperas de las elecciones generales y autonómicas)

LOS COMUNISTAS SENSIBLES.

“De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.

El más bello lema nacido bajo el cielo del pensamiento social, formulado por Karl Max hace casi dos siglos, ilumina todavía la frente de quienes quieren ponerse a su sol.

Pero la historia se aleja de la utopía y retrocede hacia si misma, con un empresariado de brutalidad internacional dispuesto a redescubrir hoy la Ley de bronce de los salarios -parece una broma- según la cual los sueldos tienden de modo natural a disminuir hasta la asfixia, que es cuando hay que parar. Y hoy, que corremos el riesgo de volver a los sesenta, camino del XIX y de esa Ley, las diversas familias de la izquierda siguen adictas a devorarse entre si.

En el caserón de Gervasio había más de cincuenta personas con carnet de IU, cuotas al día e ilusión la justa, posiblemente. Desconozco cuántos de ellos son a la vez del PCE, porque entre la militancia de la riviere gauche es habitual mantener varios amantes a la vez. Pero sin duda había unos cuantos, y dellos bien jóvenes, con tanta energía como buena voluntad. El partido “joven” bebía con naturalidad a espaldas de la Mesa de Edad Abstemia.

Una mujer comunista de pelo berenjeno, flequillo vasco y ojos de negro encendido, se explicoteaba con una gesticulación que a su abuela nunca le permitieron las monjas…ni el gusto burgués. El aire está adolescente de un tiempo a esta parte, al menos en pelo y ropa, porque el estilo profundo de Gervasio, tanto entre “nativos” como entre “conejos muertos” (Gangs of New York, de nuevo) sigue siendo un poco yupanki: las canciones políticas y los mitos necesitan una vuelta, y se ve que los muchachos las oyeron en la cuna y las repiten ahora, sin darse cuenta de que suenan rancio.

Bueno, al caso: que la mujer comunista de ojos negros culebreaba entre las mesas sindicadas de popularité vegana, completamente ajena a la prevención del PCS (Partido Comunista Susceptible), una organización que la verdad -hay que ser justo- ha mirado a la mujer en clave de igualdad desde el principio. Aunque…cuidado: siempre hubo un machismo encriptado en el “rojo pasión” del apodo a la camarada Ibárruri, canonizada a toda prisa y destiempo, por cierto, en el muy discutible panteón de los comunistas. A mayor tumba en muerte, más sombra en vida, como lo acreditan las sencillísimas sepulturas de José Díaz y de cuánta militancia, allá donde descansen ahora sus restos corporales, humildes sepulturas inversamente proporcionales a su ética.

Pero bueno, hemos venido aquí a hablar del PCS, un partido que defiende la Memoria Histórica menos para si mismo, y que tiene como patrimonio cierto una cantera de militantes tan joven como inocente de cuanto perpetraron sus mayores. Porque un halo de bondad envuelve los ideales de los nuevos: el lema aquél brillaba libre en los ojos de la mujer roja del Caserón, ahora que el porcentaje ácrata que tienen todas las generaciones puede ser disfrutado sin que te purguen, aunque quede en el aire la susceptibilidad.

La mujer joven se afanaba con un veterano outsider en la conversación: sabes, estoy harta del anatema, de que nos traten como si comiéramos niños y de que nos etiqueten de sectarios. Y ponía un mohín la chavala, tan guapa de cara como de ideas, que era doblemente tierno por el halo peleón que la envolvía, un mimo incluso en la expresión que estallaba en estrellitas y notas musicales. Ella pronunciaba sus convicciones con “eses” silbantes, y sonaban los afirmativos como sólo sabían hacer antes las aristócratas. Algo bueno han de tener los tiempos de precariedad, que han extendido a toda una generación la Dolce Vita y el glamour expresivo de la izquierda caviar.

Ajenos al botellón intelectual de los tiempos gervasios, en la sede, en el depuradísimo club de la ortodoxia, los veteranos aceptan a regañadientes la acracia, y vigilan susceptibles sin otros enemigos que los tiempos. Están incómodos porque que el logo del partido se reduce y se compacta cada vez más. Temen (o desean) que les sobrevenga una implosión gráfica como la que sufrieron el yugo y las flechas de La Nueva España, proceso que ellos en persona pudieron contemplar. Al logo de la Falange se le aplicó un programa redux, imperceptible en el día a día, que condujo la cabecera de LNE hasta el final del universo franquista, sin despeinarse.

Hoy, cuando hay que buscar con ahínco el sello del partido en los carteles, y el aire amigable de Garzón está a punto de convertir el comunismo en un pin, el estigma del comisariado político está ausente -la verdad sea dicha- en la actitud y en la mente de los rapaces con carnet.