La Salguerosina
Dicen los más entendidos que las vacas del puerto pacen de manera diferente. Que no envuelven el haz de vallicu porque en las camperas sólo hay braña, ese verde apretado de cuerpo y color que generan las vegas altas.
En estación, las bocas del ganado son jardineras; y son ellas las que definen desde hace más de seis mil años el paisaje que hace mella en los poetas. Hesíodo, Virgilio, El Arcipreste y la legión de románticos que vino después, con un tiempo para escribir que nunca tuvieron los pastores, insistieron en la escena: un paisaje que fabrican los que pacen, que caltienen los paisanos después y que retrocede vertiginosamente en toda la cordillera.
La Salguerosina es un medallón de pastura cantábrica, al alza de Ventaniella y al sur, que padece ese abandono. Un amigo caminador que conoce cómo son los jardines de Oriente dice que es difícil igualarla en belleza y paz. O lo era, porque las hayas comidas y recomidas por los rebaños ya ausentes, si no los carrascos, contraatacan cegando el suelo de la veguina y su biodiversidad. Las blimas que dieron cestos a cientos, con su corteza salicílica (que comparte nombre y efectos con la aspirina), también se retirarán.
Y así, en poco tiempo se cortará el paso del caminante, del pastor, de la res y del ciervo. Los jabalíes, que serán los últimos en pasar, apagarán la luz del claro, y el ecologista asturiano, obcecado y fatal, seguirá confundiendo el matorral con una forma de paraíso. Todo ello en pleno concejo de Ponga, bautizado ya va para diez años como Parque Natural.