El laberinto
La península está políticamente abierta. El concepto de España, discutible y discutido, no se recupera del maltrato que le dio Franco, que nos asfixió durante cuarenta años con un patriotismo rojo y gualda, pensado para blanquear sus crímenes de guerra. Pero sobretodo, con un modo de entender los sentimientos de pertenencia a lo Torrente, estilo que deja fría si no alérgica a buena parte de la población.
Por lo que continuamos perdidos en el “laberinto español”, diagnóstico con el que Gerald Brenan tituló su conocido ensayo sobre los antecedentes de la guerra civil. En la obra se aloja la certera definición de España como “país de la patria chica”, con la “grande” convertida en un conjunto de “pequeñas repúblicas, hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión”. La idea del inglés se publica en 1943, y leída hoy, a tres días escasos de la democracia en estado puro de Sabadell, arroja tanta luz como desesperanza sobre la posibilidad de encontrar salida al Laberinto.
En medio de la refriega, vuelve a estorbar el personalismo: Pablo Iglesias Turrión “felicita” a Garzón por el resultado y pregunta “quién manda” entre los socialistas. La presidenta andaluza descalifica sin gracia a Podemos, un gentío más afín al socialismo que su tinglado andaluz, mientras mina el suelo de su camarada Pedro. Rajoy sube seis euros el salario rácano y Rivera apela a la razón de Estado como si pasara justo por su chalet.
Saben…me quedo con la CUP y su democracia radical, y con el sueño de poder, una o dos veces al año, juntarme con mis vecinos para revocar a Emilio Gª Longo, si procede, sumando la mitad más uno de tres mil.