Empresa

¿Dónde ha ido la capacidad de empresa que tuvo la región?

Apetece preguntar en google dónde reside ahora la iniciativa, dónde dormita, porque el buscador de buscadores se está convirtiendo en un oráculo, todo lo contrario de Mariano Rajoy, presidente en funciones y en fuga, que ni habla, ni oye ni ve.

Con lo que en este tiempo incierto política y económicamente, conviene preguntar quién se tragó la voluntad de los asturianos, convertida la “nación” en una tierra de pensiones que no sabe recuperar otra cosa que el impulso de emigrar.

Sin embargo, al asomarnos tan sólo a principios del siglo XX, sorprende el vigor de los emprendedores indígenas: en muchas villas asturianas algunos paisanos se atrevieron a promover “fábricas de luz”, y las bujías comenzaron a sustituir con su brillo incierto el humo de los candiles.

En otros lugares, la conservación de alimentos supo acoger las nuevas prácticas industriales, y se posaron en las estanterías de los bares, como bandos de palomas, latas de impresión hermosa con pimientos, sardinas o dulce en su interior. El proceso y envase del contenido tenía lugar justo al lado, en casares pequeños de ingenio grande, porque inventar era entonces un lujo asequible.

En Sobrefoz, Onís, Cabrales…brotaron las mantequeras. Tenían nombres gentiles, heredados de la propia familia o del paisaje, y no mentían en la denominación como hacen hoy los yogures de polígono. Las “viudas” de los emprendedores continuaban con eficacia la labor, manteniendo al que ya no estaba tan solo como ausente.

Y es aquella “capacidad de empresa” la que urge recuperar, y volver a confiar en las pastas de cartonería lavada, porte claro y código de cercanía, en la leche sana porque caduca, como la de Porrúa, indicando que los alimentos no son inmortales, y en que vuelva a trepar el lúpulo en las erías, mientras su joven emprendedor diseña la imagen de la etiqueta, bebiendo ya la cerveza que pone “hecho aquí”.