Dos cabezas de lobo
Hace unos días dos cabezas de lobo colgaban del Puentón. Los instaladores buscaban una foto en la prensa que alguien consiguió evitar retirándolas a tiempo. Vivimos en la comunicación, no en la tierra, y por eso pasan cosas así.
Yo nunca votaría a un partido que cuelga sus trofeos de ese modo porque no se lo podría explicar ni a mis alumnos ni a mis hijos. Las acciones de los hombres han de ser francas y nobles, y no deben escudarse en la nocturnidad, ni en el ritual negro que supone dejar, al estilo siciliano, dos mensajes así.
Quienes han decidido plasmar ese recado triunfal han provocado un retroceso notable en la causa campesina y en su respaldo. Quien diga entenderlo tampoco hace bien, menos quien lo apruebe, menos aún quien se vanaglorie en las redes; porque la acción, aún siendo hija de la desesperanza ganadera, daña a la sociedad a la que su gente alimenta. Y a la naturaleza en general.
En las raíces de la vendetta no está la cultura del buen pastor. No está el pudor paisano que percibe con sabia demora el peligro de un calentón. Ni la sensación de impotencia que sienten cuántos, podría justificar mínimamente la cacería visual.
En la escena han trabajado, por orden de responsabilidad, gente ciega, terrorismo de la percepción, nula ética y un olvido mortal de las leyes antiguas, aquellas que rechazaban siempre el ensañamiento, adobado aquí con intención publicista
Como en las historias mal contadas del Oeste, la población acosada ha aprendido del invasor a cortar cabelleras con eco en Facebook; pero no se percata de que, sin valores, no se le ganan jamás las guerras al hombre blanco.