LA CASA DE LAS MATRIOSKAS
Recuerdo el juego infantil, cuando llegó de la URSS una española, Martina, y con ella una matrioska a mi casa. Las muñecas de madera que se instalan bajo la piel de la siguiente conducen al niño hacia un proceso infinito, hasta que al final descubre el núcleo duro y pequeño que ya no se abre en dos, porque no es dialéctico.
Un ingenio antiguo habita las matrioskas, acompañado de un arte primario, casi bizantino, con imágenes en las que la santidad ha quedado sellada para siempre: los rusos, ateos o no, comparten estética y ortodoxia. Con aquellas muñecas de madera que se abrían sucesivamente, por un momento llegabas a creer que desembocarías en Estambul, como el pirata, pero a través de su pequeñez cósmica.
Pero las matrioskas y su hechizo sirven también como metáfora de las prácticas parademocráticas en las que caen los chicos de la oficina, cuando se enfotan en un modelo de actuación que luego extienden por la planta, después en la fábrica, para terminar conquistando Estambul y con ella el mundo. Un pequeño núcleo duro puede llegar a extender al orbe entero la decisión de uno sobre dos, de dos sobre tres, la de tres sobre cuatro y así, sucesivamente, hasta fundir como si fueran una, la opinión privada y la general.
De ahí que la confluencia o la unidad popular vaya mal encaminada si no se deja la tentación partidaria a la puerta, como los revólveres. En el ya alongado proceso de confluencia que comenzó con Ahora en Común, luego Unidad Popular y que evoluciona ahora como limbo, nunca se debió entrar en modo “matrioska”, porque el juego de muñecas, y su versión en redes de whatsap asfixian la confluencia.
Ese mal, que ahora inunda el proceso asambleario de IU, convierte a los militantes en jugadores del hambre, e inocula en la peña una sensación de desconfianza generalizada: nadie sabe ya en qué parte de la matrioska está, ni se puede confiar en compañeros que, en realidad, operan como troyanos, si así se pudiera llamar al dispositivo más o menos sutil por el que la parte quiere hacerse con el todo. Así funcionó Serbia, y así le fue. Así pretende hacer la España de Franco con las identidades ibéricas, y así lo intentan, también, quienes no se percatan de que la confluencia no solo es un fin, sino también el medio por el que se consigue.