9 de la noche, las mujeres.
El invierno se recrudece, atornilla los grados camino del cero y convierte las villas en lugares desiertos y fríos. Estos días de enero parecen aliados con la austeridad que la casta política impone a todos menos a si misma.
Todo cerrado en la tarde-noche salvo bares con hombres, ciertos negocios familiares -alguien de casa pone orden en las mercancías- y las grandes superficies. En ellas, las mujeres.
El gran capital se concentra en el abastecimiento de agua, luz ropa y alimentos, campos que gestiona hoy el feudalismo que viene: cuatro dueños de casi todo y el pueblo unido y vencido, sin clases, en torno a una precariedad creciente. En la nueva escena, como el en Neolítico, las mujeres continúan dispuestas a soportar a hombros la crisis del sistema.
Siempre sorprende la modernidad de la economía en las cosas del género: se ha decidido retrasar la maternidad una década, o atenuarla en número de hijos, para explotar debidamente el potencial que tienen las mujeres, doblado aquí por una juventud sin cargas familiares, qué nombre hallado para lo que siempre ha sido una bendición.
La tendencia comercial apunta al retro-proletariado, con la fuerza de trabajo extendiéndose a madres o premadres, como nuevo modo de exprimir el género: a ellas, mujeres de un hijo o dos, compañeras, hermanas, entre las que viene cumpliéndose desde la noche de los tiempos el lema comunista “de cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades”, es decir, darlo todo y pedir lo mínimo en el universo familiar, ahora se les amplía ámbito y horario, por gentileza laboral del mercado. Todo cerrado, todo vacío, lunas encendidas aún en los supermercados. 9 de la noche, las mujeres.