No da votos, Abascal, la Santina de Covadonga. No los da.
Y tampoco es de buen cristiano ir a robarle una foto para retuitearla luego al albur de las redes; ni meter su figura como si fuera un canario en la jaula de tu partido, y pasearla después por ahí al modo en que lo hace un turista extravagante. Ni es respetuoso ni es sensato viajar políticamente así.
Tampoco sé qué pensarán los asturianos de la profanación. Mira que en nuestra región, como en Méjico, el porcentaje de covadonguistas dobla al de creyentes, y casi todos los que nos hemos criado por aquí, lo hemos hecho a medias entre la religión y la fiesta, pero respetando profundamente a la abuela en su querencia de visitar a la virgen.
Y las abuelas son un poco como los siglos, que han visto pasar muchas modas y no se arrebatan con las flores de la propaganda, un truco para miopes que no alcanzan a ver más allá de un escrutinio. Máxime en el anfiteatro de Covadonga, donde se venera desde hace milenios a la naturaleza, sinónimo de Dios para Espinosa o para quienes, huérfanos de religión, entienden el sitio como espacio de reflexión o paisaje, es decir, protegido del mercadeo político.
Si las urnas te premian, Santiaguín, será por razones terrenales, ajenas a la divinidad y a tu interesado viaje, una intención visigoda de batallar en los medios contra el infiel. Y si te castigan los meteoros desde su imprevisible cielo, como a aquellos moros, tampoco busques las causas en el éter: es la democracia, estimado adversario.
De mi parte, como usuario del sitio cuando no lo habita la vorágine, un consejo: siéntate en el banco que vuela bajo el arco de caliza, y medita. Y en lugar de rogar votos a la santa, que no los da, pídele sosiego… y un poco de humanidad con quienes peregrinan hoy a través del Estrecho.
Gonzalo Barrena
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(Publicado el miércoles 10 de abril en el semanario El Fielato)