Greta y las escaleras. Gonzalo Barrena. El Fielato, 11 dic 2019.
Hay algo en las escaleras que revela su condición intermedia. No pertenecen a la arquitectura ni al camino, ponen en comunicación planos diferentes, sin ser de ninguno, y a pesar de estar pensadas para el tránsito, muchas veces invitan a detenerse. Algunas escaleras, como las de La Quintana en Compostela, son verdaderos anfiteatros, y la vida se detiene en ellas como en un entreacto.
Todos los días había alguno al pie de la iglesia de Llaranes, en el Avilés industrial donde crecíamos. Sobre aquellos peldaños, se escuchaba el mismo relato adolescente que en las escaleras breves de Santa Cruz, en Cangas de Onís. La adolescencia es un sujeto detenido en medio de la escalera, que sobreactúa.
Otras escaleras, en cambio, componen espacios de naturalidad. La Casa de Peri es una torre medieval, austera y decaída hoy en el pueblo de Pen, Amieva. Conserva una hermosa escalera de patín cuyos peldaños prometen llevarte a otra tierra, y no a la casa humilde en que desembocan. Cuánta ropa limpia y seca habrán visto pasar, cuántas conversaciones de mujer, el balde en ristre, se habrán sostenido en su meseta.
En las antípodas de esa naturalidad, la escalera Potiomkim en Odessa (conocida por la película de Eisenstein y su “Acorazado” de 1925) se compone de casi doscientos escalones de medida desigual. La diferencia de cada peldaño fuerza la perspectiva, y pasa algo parecido a lo que ocurre en el capitalismo: si estás abajo no ves ningún descanso, no puedes parar.
Frente a esa pendiente infinita, los viernes de Greta o de Manuel son un rellano. Invitan a detenerse y pensar camino de los volcanes, como ya lo hizo en la cumbre de Río, la canadiense Severn Cullis-Suzuki, una de sus antecesoras. Como esas dos mujeres, como todas las personas que reflexionan hoy sobre la desproporción, lo hacía también aquella muchacha singular en la Plaza de España en Roma. Sentada en un descanso, se estremecía con la exageración barroca. Ante su asombro, subrayando el acierto, una ventana se iluminó inesperadamente.
La detenida reflexión de Greta Thunberg, sentada en el rellano, y su discurso, constituyen hoy esa luz.