Praos y deporte
Gonzalo Barrena.
La costa de Llanes es recortada y hermosa. La escasa tierra que la flanquea hacia el interior termina de golpe al pie del Cuera, después de haber sido tajada por la autopista y herida por la especulación, un monstruo soterrado que asoma de tanto en tanto, para comerse un trozo valioso del paisaje.
Desde que el urbanismo salvaje perdió la comba en tribunales y urnas, reverdecen los prados y se recupera cierta esperanza en la salud del litoral. Cuánta belleza en los asomos al Cantábrico que va permitiendo el sendero, marcado con pequeñas estacas de madera que portan indicaciones en goretex, esa lengua.
Cuando el camino coge altura, por ejemplo sobre Torimbia, quizá por el cambio en el clima, quizá porque el mar come el invierno, los prados van tomando el cariz de la primavera, y muchos arbolinos apurren brotes con atrevimiento. El pasto se despereza y los rapaces que practican esos deportes nuevos, como el de la Orientación, se inmiscuyen en el terrazgo. Trepan las sebes, saltan las riegas y sortean con precaución las alambradas de espino. Las pequeñas balizas de naranja y blanco, semiescondidas, es lo que van buscando. Lo hacen con el ahínco de los vascos, cuando andan a setas, y son contemplados con reserva por los paisanos.
Una mujer vio pasar a dos rapaces dubitativos con malla y dorsal, como norteando. En desacuerdo campesino con el uso del espacio-tiempo como recreo, los amonestó: los praos son pa’l ganau, rapaces, no pa chulease.