Abuelo soldado
Se jubilan pronto. Los militares de los cuerpos especiales se jubilan poco después de los cincuenta. El soldado del que hablo nació en Siero y compró un piso en lo que entonces eran las afueras de La Pola, cuando la circunvalación aún no atravesaba el corazón de la ciudad.
El abuelo-soldado bajaba, en la mañana del domingo, empuñando marcialmente un carricoche. Una pequeñina de papos colorados y gorro blanco movía los ojos atenta a todo, porque la existencia a esa edad es un anfiteatro.
Y así bajaban los dos por la calle Alcalde Parrondo en La Pola, que es desahogada y lleva el nombre del regidor que pensó el ensanche. Justo reconocimiento para el alcalde republicano que, en 1932, encarga a Sánchez del Río un trazado esperanzador por si creciera la villa. El ingeniero columbra entonces ese plano ortogonal, hermoso y franco, que vertebra la calle Parrondo, in memoriam, y que vuelca sobre la Plaza del Mercado, con edificio diseñado también por él, a los transeúntes que vienen por el Este.
De modo que, flanqueados por quintas y parterres en el corazón burgués de La Pola, el par de abuelo con nieta descendía triunfante a media mañana, con el sol en el cromado de las gafas y una sonrisa etrusca de satisfacción en la comisura del militar. Qué lejos están los campos de Asia, donde las misiones supuestamente humanitarias jugaban con su vida. Y qué lejos también los tiempos machos en que educó su masculinidad, encarnada ahora en formas nuevas y sutiles de amor abierto.
En un Citroen eléctrico, combinado de amarillo y negro, cuatro mujeres camino del 8M coreaban a ventanilla abierta para que se las oyera: “Estoy hasta las tetas de hacerte las croquetas”. El soldado veterano sonrió hacia la nieta diciendo: Tranquila, que a ti fáigotiles yo.
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Publicado en el semanario El Fielato, 11 mar 2020.