La voz del ama

La voz del ama suena clara, franca, y su timbre desborda los bancales que rodean la casa, al igual que lo hacen hoy los caudales de la casi primavera, con los cauces a rebosar como ocurría antes del cambio.

Voz de mujer resuelta, y obligada por la inercia de los varones a encomendar tareas, a despertar a cuantos dormitan en los escaños, a urgir a los rapaces y a gobernar con alguna de las manos libres daqué tartera mientras tanto.

El timbre de la que manda se arrellana en el trabajar más que nadie y en liderar la hacienda, ese gerundio interminable de quehaceres en la casería, cuando las familias eran antes que nada un modo de producción y existencia, y no esa ñoña cantinela que abasta hoy las series para todas las edades.

Si en las Asturias campesinas nunca cundió la mafia es porque las hembras alfa mostraban a todo dios, mayor o menor, las ventajas de hablar alto: que escuchen los hombres, que no vuelvan de vacío, que la encomienda quede bien testada y que no sea menester el caminar en balde.

En las antípodas del habla queda, propia de leguleyos o delincuentes, que nunca alzan la voz porque no están a la verdad sino a la trampa, la voz rampante de aldea era tan natural como el humo de roble. Y tan vigorosa. No sonaba su timbre como la baladronada de taberna, prescindible y masculina, no, sonaba como los lloqueros de alcance, que indican cuándo se come y cuándo toca un hacer. Por eso en aquel tiempo las casas llevaban nombre de mujer.

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Publicada en El Fielato, el 16 de febrero de 2021