Calipso.
Ciertamente, el imponente perfil del edificio Trujillo quedaría desnarigado si la ciudad no hubiese elegido ponerle como mascarón de proa la soberbia escultura de la diosa Calipso.
De nuevo, el Mediterráneo replica en Occidente los caprichos orientales, justo en el otro extremo de su espacio y de su tiempo: la Victoria de Samotracia, en su siglo, rubricó también aquella cultura en que los mortales se las tenían cara a cara con los dioses, las mujeres con los hombres o los cínicos con los sacerdotes de la verdad. Era el tú a tú empoderado de los pueblos del mar.
La escultura, o mejor dicho, la decidida sinuosidad del volumen entretiene de reojo a quien emprende los pasos del Revellín. El escultor ceutí ha buscado en el inconsciente colectivo, las formas más pregnantes del género, sea diosa, musa, bacante o mujer, la dueña de las superficies. Y la imagen interrumpe las conversaciones por motivos análogos, posiblemente, a los que entretuvieron durante años el curso de Ulises en las inmediaciones del Estrecho. Entre los atributos milenarios de la ciudad, figura el de entretener a los que transitan.
Y del mismo modo que las formas femeninas de la estatua cautivan el paso, la geografía tejió para Ulises aquí al menos una de su vidas, haciendo verdad el poema de Kavafis: Ítaca está en el camino.
Sin embargo, en la belleza con la que Serrán-Pagán materializó a la ninfa que detiene al navegante, reside la misma grandeza de la renuncia: no se puede retener a nadie en contra de su voluntad y, sabedores todos del desgarro que supone, hay una nobleza profunda en el gesto de quien abre el mundo y deja partir a quien amó, desprendidamente.
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Gonzalo Barrena, El Faro de Ceuta, 8 de enero, 2024.