Móviles. Celulares. Teléfonos inteligentes. Algo va mal.

Y quizá no sean ellos, ni las Redes Sociales, ni la propia tela de araña en la que se balancea el elefante digital, sino el olvido de la Física. Entramos en una nueva Edad Media metafísica en la que lo humano vuelve a quedar fuera de pantalla.

Entretanto, los síntomas de la dolencia son claros: familias enteras equipadas para no mirarse, parejas de tres en restaurantes cenando mientras se teclea y, lo que es peor, enjambres adolescentes a disposición de su dispositivo, celebrando la imagen que les vomita por encima. Algo va mal.

Y sobretodo, un preocupante y desapercibido abandono infantil. Niños de corta edad hipnotizados, bilingües desde temprano, pero con una de las lenguas en manos de los ultracuerpos, transfiriendo a gran velocidad cuáles son las claves de la dependencia a los nuevos amos de la cosa. Algo va mal.

La otra tarde, en la plaza, un ruido inesperado, un bullicio que llamaba la atención. Alguien dejó suelta una decena de muchachos que corrían y saltaban escondiéndose unos de otros. En medio del juego, los gritos y las denuncias por haberse descubierto involuntariamente, alguna queja, risas y todo eso que llenaba las calles de los pueblos antes de que los inundara el silencio del turismo rural.

En la bellísima novela Los ingratos (Pedro Simón, Premio Primavera en 2021) la mujer que se ocupaba de la infancia del narrador, Emérita, añoraba décadas después el desorden, el ruido, las desobediencias, el trajín de no encontrar las cosas donde debieran estar. En el hoy de las casas, el silencio, la física inerte y los juegos cautivos comienzan a ser inquietantes.

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Gonzalo Barrena

El Fielato, 10 de enero, 2024.