Al sur de Parres, la memoria sonora llama probes a lo que en otros concejos de la comarca denominan boronchos, pantrucos o emberzaos. Todo uno. Sin embargo, bajo el nombre de “probe” late la verdad del producto, pensado para reforzar la dieta los peores meses del invierno. Hasta marzo no se se podía tirar de jamón y demás partes nobles de la matanza, y les pites no habían empezado a poner. Tampoco había colacao entonces, ni su costumbre, y se desayunaba fuerte. Ahí operaban los emberzaos, probes de constitución y destino, pero llamados a inyectar la energía suficiente a un pueblo trabajador o pueblo a secas, que es lo mismo.

Hoy, el probe triunfa en FITUR, aupado por una demanda turística que lo ha extraditado a la carta de los restaurantes, demostrando por enésima vez que el visitante -como los romanos- enseña al vecino -los astures- el verdadero valor de su patrimonio. Que la calidad y taste de los boronchos 2.0 sea la deseable, forma parte de otra discusión.

En las familias campesinas donde todavía se hace samartín hay un recelo fundado hacia los componentes industriales del probe. La sangre que liga cebolla y harina de maíz, como la grasa, ¿que sangre y qué grasa serán?. Todavía no han nacido los defensores del consumidor con conocimiento de aldea, ahora que sus últimas catedráticas van teniendo cierta edad. El samartín de casa tiene los mismos días contados que el ama, la mujer empoderada que caltiene los puntales de la quintana, la misma que decía cúando y cómo se iba al palu, la cunia de zardu donde curaban de noviembre a marzo los óvalos providenciales.

No obstante, en el malamán siempre nos quedará Ambás y los jóvenes que escuchan a las mujeres.

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Gonzalo Barrena. El Fielato, 31 de enero, 2024.