Más allá de la tragedia, el episodio de Barbate requiere una reflexión detenida, pues lo ocurrido en el puerto repercute sobre la humanidad entera.
Hubo víctimas. Doblemente víctimas por serlo en acto de servicio, hubo espectadores bárbaros, comportamiento homicida y fatalidad. Pero sobretodo hubo soberbia en el desafío, pues en medio de la noche y los elementos, una embarcación prepotente se regodeó navegando entre los vítores, en plena comunión de actores y público descerebrados.
El narcotráfico es la versión más salvaje del capitalismo, pues va dejando tanta muerte como desamparo a su paso, mientras reparte limosnas entre los heridos. El lujo blanquea la percepción de los beneficiarios y un calvinismo brutal, empapado en ignorancia, rinde culto a quienes siempre serán unos miserables por mucho que se reciclen en la cinematografía.
No obstante, el crimen del otro día lleva el sello añadido del avasallador. Los motores a ras de agua, manejados con arrogancia, convierten a la sociedad entera en bañista, la forma más vulnerable del ser humano. Y no solo mientras nadamos acusamos fragilidad, pues el derroche de combustible y ruido depositan sobre la cara del ciudadano una huella intolerable de insolencia y carbono.
En demasiadas ocasiones, las playas del Estrecho quedan a merced de una motonáutica inclemente con quienes simplemente se bañan. Y el agua, las olas y sus sensaciones, que son tan baratas como hermosas, quedan profanadas por una forma presuntuosa de navegación, incívica muchas veces, todas molesta. Quizá sea el momento de exigir luz y martillo sobre el seudodeporte, y una batería de contexto que siembre el aire de alternativas a la corrupción.
La memoria de los dos guardias caídos en el ejercicio de su profesión debiera alimentar infinitamente la verdad sobre ese delito y la intolerancia con su soberbia.
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Gonzalo Barrena. El Faro de Ceuta, 19 de febrero, 2024.