La danza es una de las artes de la resistencia. Con el teatro, compone ese espacio singular donde la presencia física se vuelve imprescindible, poniendo a salvo de las máquinas, la inteligencia natural. Para bailar o actuar es necesario “representar”, volver a aparecer de verdad ante los ojos y los oídos del otro, y eso supone liberarse de la mediación digital, ensayando el cuerpo a cuerpo. En el amor, en la guerra y en el arte, la realidad.
Tiene suerte Ceuta de poder mirarse a si misma en el interior de El Revellín. En el espectáculo de ballet contemporáneo de la Academia Lesmes, la ciudad pudo verse encarnada de un modo penetrante. La elección de Frida Kahlo para vertebrar la puesta en escena, dobló el acierto: la pintora derrocha color y pedagogía, tanto en obra como en vida, enseñando a todas las mujeres y a los hombres que caminan a su lado que el dolor y color no se cierran el paso. El tortuoso camino de tratamientos y recuperaciones a las que se vio sometida, fueron empleados como materia en la paleta de la pintora, que nació y murió en Coayacán, Ciudad de México, a los 47 años de edad.
Pero hay más lección entre Frida y nosotros: mirarse en el espejo no implica narcisismo si la imagen es transitiva. La historia personal de la autora, con lesiones y destellos, va poniendo al espectador frente e la suya, brindando motivos para la reflexión a partir del propio cuerpo y sus estados. El mexicanismo de su pintura indica también que no hace falta salir de uno mismo para viajar al exterior, como el brillante espectáculo de la Escuela de Danza, con sello de la propia ciudad, ha demostrado en escena.