Luis Menéndez Estrada, pastor de Cornión
Luis Menéndez Estrada fue conocido entre todos los caminantes del Cornión por el apodo, como esas personas que se fabrican el apellido, sean héroes, artistas, militares o pastores. Porque los linajes, que luego ruedan de generación en generación, se originan en algún momento, y aunque él forme parte de una genética de milenios, lo cierto es que consiguió interrumpir a su favor la saga de nombres familiares. Y retorció el apodo como una belorta hasta convertirlo en el historial que Isolina, Noelia, Jose y Luis Miguel llevan con orgullo, como esposa e hijos que lo son de Luis El Melendu.
Pero no sólo fue el nombre propio lo que ganó con sudor: venido a ser guarda del Parque después, afrontó primero una vida de esforzadísimo pastor, como tantos, bajo los moderados techos de Cuerre Benita, provincia de Vegarredonda, hecha de resistencia, formación y suerte, artes ingenieras todas ellas en medios que sólo diploman el sobrevivir. Así y todo, y al decir de quienes lo conocieron en los días de él, llamaba la atención su caminar armonioso y suave, sin los derroches o jadeos de quienes lo seguían camino de las peñasantas, siempre más justos que él en la trepa natural de la caliza. Eso dice al menos Pedro Carrio, también nieto de pastores, éstos de Perugada con cabaña en Bricial. Y lo recuerda de aquellos años mozos, cuando con veinte o poco más volvió a la peñe ya de maestro, acompañando a Calo el del Banco mientras despuntaba la década de los 70. Entonces comenzaban ellos a heredarse del preciso conocimiento de pastor, y aprendían los sedos, visos, xerros, empoyos y jóos en el nombrar de José María Remis o de Luis, por poner dos de los escogidos nombres con oficio que alumbraron el paso ajeno en esta tierra de cabreros.
Porque cuando Luis ingresa en la guardería del Parque, es esta institución la primera que comienza a hacer justicia a su trayectoria personal, compensando en cierto modo su profundo conocimiento. Pues aunque no es el único guarda que siguió fiel a la religión del ganado, sí es verdad que la profesó hasta el final de sus días, cuando avanzaba con paso menos seguro camino de El Agrimensor, una de las últimas cortes junto con El Toral en las que continuó curiando a sus animales.
En el sel de Enol, se pensó para el sábado una misa tan llena de creyentes en dios como en él. Pero la borrina nos empujó legítima al refugio de pastores, donde familia, compañeros y amigos pudimos suplir un poco la deuda que le contrajimos. Al menos en mi caso, porque lo recuerdo ahora corrigiendo mapas, ¿oisti?, y moviendo la cabeza para poner al dereches los nombres de lugar que tan torpemente registra la cartografía: siempre dixeren el Campu La Torga, porque trancaben ellí pa que no se volvieren los animales, matizando la presunción con que los mapas oficiales rematan por el oeste los suelos de Ordiales.
Los pastores de Los Picos tienen los mapas enrollados en la sien, porque los vienen escribiendo ahí con imágenes de la infancia, que nunca tuvo lugar a ser tierna por ser duro todo allá arriba, en suelos de tierra breve e histórica necesidad. Sólo el sol de los días frescos y la luz, o los rebecos de juventud comidos a hambre, compensaron las horas de tantos hombres y mujeres buenos, éste que se nos va más reservado que otros, pero tan ágil, y a los que sólo el pensamiento adelantaba en sus caminares, muelles y rampantes, ciertos, sagaces.