Mujeres en gris

Hay un tipo de mujeres nuevas que no ocultan las canas ni le edad, cuando las tienen, ni se presentan públicamente en estado de revista para el varón.

Tejen como las de siempre, asisten a eventos y cultivan esa personalidad individual para la que hombres o hijos, cuando los hay, no suelen dejar hueco. Y cobran así, sin carnet ni partido pero con la solidez infinita del género, una fuerza inusitada, avanzada, propia de un futuro vedado para humanos recalcitrantes, de esos que niegan el puro hecho de la evolución.

Explicó muy bien Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán del XIX romántico, que el hombre había quedado en mitad del salto que emprendió desde el mono. Y cuando se ven esas reuniones de género, compuestas por varias comadres de si mismas, resulta evidente que algunas mujeres que visten forros, calzado cómodo y pelo natural, están reanudando aquel salto, y se alejan a velocidad creciente de quienes sólo ven la realidad desde el sexo torpe.

Y es cierto que siempre hubo cuadrillas femeninas que templaban la asfixia de rol en tertulias de edad o juegos, pero los nuevos grupos de mujeres en gris-cerebro atraviesan géneros y generaciones, y sus círculos tienen algo supraterrestre, como pléyades de humanidad vertical que brillan hacia las antípodas del marujeo, donde permanecen varadas las hembras con sus acompañantes simios.

Cuando sonríen cómplices las mujeres nuevas, envueltas en un fular de iniciativas -cine, empresa, teatro, investigación, deportes extremos, guitarra o vegetales- renace la utopía en medio de la especie, y brota un aire libre de farias, ligero y gentil para palomas que vuelan solas, sin conquistador, sobre un suelo perplejo de modos caballeros, que languidecen como dispositivos viejos y sin cargador.