El monedero.
Pasó en Gijón pero, desde Platón, ya quedó claro que los valores son universales. Por eso se trae el episodio aquí, a este pequeño rincón excéntrico de la región.
La historia también es pequeña, porque ocurre dentro de un monedero en el que apareció, por arte de algún hada obrera, la suerte del albañil. Entre paleta y paleta, mientras el cemento bruñe con oficio la cara de la pared, Aureliano escucha la situación de quien le apurre la pasta. Hay trabajo pero está pagado de aquella manera, y este fin de semana tiene los críos con él. No puede llevarlos al cine: la entrada, las palomitas, el billete mismamente del autobús…se alzan como un muro. Queda pasear entre los patos de La Católica porque, como la rapacina es chica todavía, pues va pasando la tarde del sábado. El mayor es bueno y calla, entendiendo que no son días de protestar. El anorak tiene un agujero. Proletariado.
Al salir del barracón, los obreros se despiden mientras enfilan los barrios de Gijón. La cuadrilla es de diez hombres y cuatro son de fuera. Hace una temporada que enlazan con suerte meses sin paro. El obrero notó algo y quedó quieto, pensando. Debió ser Aureliano quien lo urdió, se dijo al palpar el monedero abultado. Tiró de la cremallera y descubrió los euros adivinados. Asomaban… espera…casi doscientos, musitó.
Con ellos venía un papel y cuatro palabras sin tontería diciendo pa que te arregles. Los compañeros.