Chartres.

Según están las cosas de la política, ya sólo se puede celebrar, de tanto en tanto, la derrota de algún aparato. La noche del domingo resultó feliz incluso para los catalanes, que pudieron eclipsar sus portadas con la goleada perpetrada por el compañero Sánchez.

En la comparecencia, arropada por un montón de coleguis al estilo círculo, a Susana Díaz le mutó el gracejo en malafoyá, y no sólo perdió las elecciones sino el poco el estilo que le quedaba, muy mermado con la campaña, y a la baja desde la afrenta de Ferraz. Su discurso, políticamente correcto, es decir falso, destilaba rencor lolaylo y modos de mal perdedor.

Desconozco el futuro de Sánchez, quizá precario, pero con la vuelta a la dehesa de la andaluza, el PSOE ibérico posiblemente haya conjurado su muerte política: las urnas habrían castigado implacablemente el susanismo, librando el voto cautivo a beneficio de la nueva izquierda. A Sánchez, el “renacido”, el destino le ha brindado una sonrisa por segunda vez. Y lo merece, por la entereza moral con la que afrontó la villanía de sus camaradas, regresando gladiator al circo de estas primarias, y logrando batir al aparato en duelo tan desigual.

A quien no le habrá cambiado mucho la cara es a nuestro Javier Fernández, porque ya trae de serie la expresión gestora o gestante. Y desconozco la que tendrán los diputados orgánicos del Oriente, pues al decir de un amigo periodista, pasaron todo el lunes fuera de cobertura. Entiendo que Marcos esté contrito, y no sólo por el resultado: en la carta que depositó en este medio para traer votos a su molino, se pasó mil formas neoplatónicas con lo de Chartres. Los suyos no son “gigantes”, son de otra escuela.