El caminante
Paso a paso, y con la discreción de las minorías, el Camino de Santiago primitivo o del Norte, va abriéndose hueco en el mercado de la peregrinación. Un mercado que no es nuevo, ni mucho menos, pero que conoce con el siglo una verdadera revolución en cifras y matices. El fenómeno se percibe por sus detalles: un peregrino de Vigo pedía cosas en inglés -sin percatarse- en un bar-tienda de Llanes. Ante la cara del dueño, el muchacho pasó inmediatamente al castellano, a ese castellano meloso de la frontera con Portugal: disculpe, es que casi no se habla español entre los peregrinos…echaba de menos oír la lengua peninsular.
El extranjero siempre valora más que “nos” la tierra en la que desayunamos todos los días, llamada patria por aquellos a quienes se les hincha el corazón, la cabeza u otros órganos.
El peregrino de Vigo con el que me tropecé saltó a La Franca desde San Vicente, durmió en Poo y quedó a las puertas de Ribadesella, enredado voluntariamente en el laberinto de Cuerres. Allí coincidí con él, interesados ambos en la bioconstrucción del albergue, e informados online por la misma guía, otro signo de las nuevas formas de caminar o de construir.
El Reposo del Andayón es el nombre de la hostería. Incrustada en esa constelación permanente de casialdea en la que anidan los casares de Cuerres, está pensada tanto para el que vive como para el que pasa, mostrando cómo en el seno de geografía quebrosa de Llanes a Ribadesella, algunas arquitecturas se acomodan a lo natural como lo hacen, al camino, unas botas gastadas.
Al amanecer, en la nebulosa de sombra y caleyes, el caminante volvió a buscar las conchas amarillas, estrellas diurnas que apuntan al oeste.