Gonzalo Barrena. El Fielato, 27 nov 2019

Las amigas

Caminan las amigas, mujeres de edad, con parsimonia. El ritmo acompasado de los cuerpos, que pasean cogidos del brazo, es un ejemplo más de esa capacidad que tienen las hembras. No hay hombres en la costa, no hay seres pequeños que alimentar y hay tiempo para repasar los días vividos.

Los varones que pueblan su mundo, hijos o nietos mozalbos, portan leña en la carretilla con la misma naturalidad que su genética. Ellas contemplan los ademanes, pensando. Reconocen en esos gestos a los hombres ausentes, un modo concreto de poner el pie, la carga de los hombros, el respirar… los modos masculinos de hacer leña están contados. Se repiten.

Y en las horas de luz que tienen los días, cada vez más valiosas, recorren el anillo de caminos que circunda la casa, el centro histórico de su vida laboral. Ahora que las obligaciones no se atropellan unas a otras, aparecen huecos en el tiempo y los dedican a si mismas, los gastan -verbo prohibido- en pasear recordando. Las amigas caminan al sen.

En el suelo van apareciendo las pruebas sucesivas del otoño. Primero fueron las avellanas, luego las nueces. Ahora, con este aire, las castañas. También salen a su paso algunos briscos que son muy buenos para encender; y como nunca pudieron vivir sin hacer algo, doblan el cuerpo como Las Espigadoras de Millet, apañan frutos o cañas secas y vuelven sobre sus pasos con paz y palabras.

Cada tarde tiene un poco de cruce de caminos. En la de hoy cierran el día y se despiden con un beso, hasta mañana, sin esperar nada más y nada menos que otro día con salud.