Mediu Güeyu de Rozaes (Villaviciosa) ve más que cien ojos de un Principado
Semanario El Fielato, 4 dic 2019.
Gonzalo Barrena
A veces hay películas a varios lados de una pantalla. “O que arde” (2019) de Oliver Laxe es una buena película de triangulación: ha sido filmada en Los Ancares; ha sido distinguida en el Festival de Cannes con el Primer Premio de la sección “Una cierta mirada”; y fue contemplada con fruición en la aldea global de Rozaes en su IX Festival de Cine. A cada lado de la pantalla, había gente del rural en posición de sujeto. No es habitual que los ciudadanos que pisan tierra protagonicen la reflexión sobre su mundo: en Lo que arde, director y vecinos cuentan la tragedia de una civilización. Entre el público, una pléyade de neorrurales con críos lucha a favor de su renacimiento. Y en el camino hacia la utopía, el hallazgo de las pequeñas cosas: un cine verdadero, un lugar para vivir, una tierra amable para los críos, una sociedad comadre…y Casa Eladia, penúltimo bar.
Por novena vez acierta Medio Güeyu programando con ambición su Festival humilde. El viernes, los testimonios que recupera Ramón Lluís Bande (El nome de los árboles, 2015) dieron paso a un interesante coloquio sobre represión, trauma y reparación entre los heridos por el franquismo. Una joven con nombre de Yerba y una maestra mostraron otra salida a la izquierda que se embosca: la reparación de las heridas sólo puede avanzar uncida a la empatía; si no, jamás habrá sanación.
El sábado 30, un regueru de actos que no caben aquí, fue llevando el día hasta las seis, nuechi temprana. Pablo Casanueva presentó Mensaxe pa la mocedá del Imperiu, un documento curioso en que esa misma juventud se percibe empantanada. El hilo poético que enlazaba las imágenes era también de factoría indígena: texto y música de Xaime Martínez, presente en Rozaes y recientemente distinguido con el Premio Nacional de Poesía Joven. Así son Les Asturies que vienen.
Con lo que a eso de les seis y treinta, comenzó la proyección de O que arde, o “Lo que arde”, para que lo entiendan María Gloria y Nacho Blanco, diputados que vetan en Asturias el uso del asturiano, qué horror. Bueno, a lo que ti vó: arrancó el film de Laxe con esas imágenes trepidantes en las que un mega-ente gestiona los suelos abandonados por la cultura, procesando -lo dicen así- los ocálitos. Aquí nombramos de ese modo a “los árboles de otro planeta”, en palabras de Benedita sin “c”. La voz gallega de la actriz sonaba como una lección de política lingüística para los oídos que la quieran entender. Como la del cura, que enterraba en gallego. Como la de la veterinaria, que recetaba en gallego. Como la de los brigadistas bilingües que se entendían con La Central, en medio de la tragedia, sin jilipolleces.Y así se desenvolvía en el cobertizo de Casa Eladia, el cine de Oliver, percibido como propio por el centenar de asistentes, si no más, con una mano de rapaces que trasteaba entre las sillas como entonces, cuando acudíamos a las sesiones dobles entre merienda, fiambreras y llantos de bebé.
Mientras, en la pantalla, Amador interpretaba. Durante toda la narración, el protagonista mantuvo la fisonomía de un Cristóbal Colón que no logra descubrir su tierra, anegada por el matorral y la incuria. Corría en medio de un paisaje desordenado, a la espera del fuego decapitador. A ratos, sobre la chapa, manipulaba con delicadeza una rodaja de pan. El cine de Oliver es reflexivo y cada imagen empata en significado con las demás. El público se dejó llevar por la profundidad del documento hasta el final, cuando un helicóptero puso la cruz sobre el cielo de la tierra quemada.
Amador Arias acudió en persona al festival. Su inesperada sonrisa reveló al actor. Venía con Rosa, su compañera, y conversó con todos derrochando una empatía inimaginable en los fotogramas.
Un divertido coloquio, con la mocedá como “a misa”, remató la proyección. Xuan Valladares intervino con el tumbao de los asturianos guapos, en defensa del pueblo ganadero. Un señor de los páxaros, cuyo discurso reconcilia con el conservacionismo, desgranó ideas muy razonables para ser de ese sector, y dos representantes del Proyecto Roble, expusieron su noble intención de convertir el medio en un espacio de concordia. También participó Verónica la de Argolibiu, y un servidor. Y todo el mundo cenó alrededor de una mesa larga y bien abastada, celebrando la afinidad de ideas, imágenes y voluntades puestas en común, despidiéndonos -ya tarde- con enhorabuenas transitivas a Benedita, Amador, Oliver Laxe, el director, y a toda su alongada compañía, con un medio guiño a esa Asociación Cultural que sabe trabajar al margen de los viaductos, al lado del pueblo y sin asistencia -ni castigo- de políticos.