Vitoriano.

Gonzalo Barrena.

El Fielato,

La calidad de una época se nota en sus escaleras. Como los hospitales y las escuelas, son espacios que habita el pueblo y facilitan el tránsito a una situación mejor. Por el contrario, las pasarelas que sortean hoy las circunvalaciones están hechas de metal y descuido, más cerca del paso ganadero que del personal.

Hay una que piso con frecuencia para recoger a los niños del colegio. Es fea, dura y funcional, un término que se emplea con resignación cuando no haces las cosas como te gustaría. Esa escalera, digo, violenta y cruda, desembarca en una cubierta ajardinada con bancos casi siempre vacíos. El último escalón ya no es de metal, y tiene grabada con paleta de obrero la sentencia de un oficial: planchao, Vitoriano.

Cuánto significado en dos palabras. En el cemento fresco, un compañero estampó el epitafio con ironía. Seguramente contempló al albañil rematando el peldaño con una meticulosidad fuera de convenio, heredada del tiempo de los oficios, ya tan lejano. Porque el gusto por las cosas bien hechas sobrevive hoy como la dignidad, en solitario, cotizando a escondidas.

Vitoriano, el oficial obrero, conserva un nombre de tiempos romanos. Perdió la “c” gracias al asturiano, que iguala con una plana, como él, los sobresaltos del latín. Y así dejó el escalón, planchao como una camisa de domingo, justo antes de que el compañero sellara con un poco burla la seriedad de su labor.

Ojalá salgamos de estos días extraños con el temple y la mano del trabajador. Será toda una ocasión para recuperar la seriedad como estrategia y espantar el marketing. Por mi parte, pienso comenzar pasándome a Pepephone, harto de las estafas y compañías que ya tu sabes. Seguimos.