MÍNIMA MUJER.
Gonzalo Barrena.
Hace más de cincuenta años que pasa por el puente con el mismo donaire.
Y hace dos sábados la crucé -yo iba en coche- desafiando al cielo con un vestido suelto y el atractivo de siempre. ¿Qué es lo que desprende, cuando camina, tan pequeña mujer?. Quizá, que no envejece.
Porque ni piensa como las de su edad ni la piel acompaña sus años, más de sesenta, que lleva como si fueran de otra, lo que no le ocurre con la silla y las nietas, pues las conduce con plena potestad mientras las rapacinas crecen con un concepto de abuela que tendrán que revisar en el colegio.
Hace los mismos años que la acompaña un muchacho con jersey. Lo anuda al cuello mecánicamente, con las vueltas aprendidas de quien amarra la enésima piragua. Contagiado de su adolescencia, permanece joven y estable, como los astros masculinos que giran en torno a la misma mujer.
El caso es que la pequeña rubia ceñía como siempre y por el interior, que es su lado, la curva del puente. Y doblaba los noventa grados del arco con la soltura de una gimnasta del Este y la gracia de las mujeres ultramarinas, no siéndolo. Y hace las mismas jiras que lleva puesta la sonrisa, la falda de Sabina y el ritmo de las muchachas que van camino de la verbena. Por eso, hoy hace dos sábados, hubiera querido cualquier asturiano que brillara su nación con el rango de tu azul, coronado en rubio, y más con esas gafas blancas de sol capaces de convertir un pedreru del Sella en la costa de Ipanema:
“Olha que coisa mais linda mais cheia de graça
É ela menina que vem que passa…”.