Por el humo que sale de la chimenea, sabe el conocedor qué tipo de leña arde sobre el llar.

Una profunda cultura inadvertida envuelve todavía la vida en la aldea, a la espera de conversación, pues el habla continúa siendo la pizarra principal del conocimiento campesino.

Y aunque en los pueblos la gente ralea, cierran los chigres y las pantallas aíslan a los hablantes, la palabra bien pronunciada permanece firme en medio de la riada. A las puertas del invierno, los vecinos que salen de casa intercambian expresiones sobre el clima. En ellas, la leña ocupa un lugar principal, y en ese ínterin de conversaciones, los hablantes asolean innumerables post de la enciclopedia rural, que es infinita.

Si el joven parte un tronco con la fuerza de la edad, el viejo aconseja “cortar al sen de la veta”… o “dar pe la cueta”, cuando el filo queda embebido en el corte, por no hablar de los muchos estilos en el arte de apilar la madera, auténtica vergüenza torera de cada casar: al muriar, al uncir, al enristrar, como a la hora de disponer la leña sul horru, la ética se convierte en geometría y el prestigio viene del conocimiento.

Con el fin del otoño y al este de Priena, en el concejo de Cangas, los invernales de Junfría quedan a merced del poco sol que deja el monte. Al fuego de cabaña, donde sabe bien el pastor lo que rinde una madera, dos hombres mantienen una conversación sobre leñas, mientras arde un tuero de nogal. Como uno de ambos dudase del calor, trajo el otro al respeutive una sentencia vetusta, cuajada de lumbres e inviernos: 

No creas, el ñozal azorra…pero caltién.

________________

Gonzalo Barrena. Periódico El Fielato, de 13 de diciembre, 2023..