Vivienda

Hubo un tiempo tan duro como real, compuesto de siglos, en que los vecinos de aldea construían las casas con sus propias manos. Era el tiempo de los arquitectos sin título ni colegio, el de la vivienda humana con cuadra y retrete integrado, sin baño, y de huecos moderados: la vida era física, principalmente exterior, y los muros maestros protegían con su grosor el tiempo de descanso, que no era mucho. Ni despachos ni teletrabajo alguno animaban al ventanal franco, difícil de conseguir en las paredes de mampuesta. Únicamente las galerías, al retorno de los indianos, empujaron la construcción vernácula hacia la luz.

Cien años después, todo ha cambiado en el “parque de la vivienda”, que en el Oriente de Asturias ofrece señales preocupantes. La actividad campesina ha retrocedido en las aldeas tanto como ha avanzado el interés por el turismo rural. Quienes tienen un poco de tierra con casares y ocho apellidos de parroquia, han cambiado cuadras por viviendas vacacionales y los quintanares han experimentado toda una revolución habitacional.

La presión ha sido tal que, a la desordenada pulsión constructiva de los 60, prolongada aquí varias décadas por el boom del turismo, se ha sumado la reconversión de pisos en espacios de fortuna al servicio del mejor postor, que suele ser un turista. La consecuencia es deducible: el trabajador temporero, la pareja reciente, cualquier persona bajo el cielo del trabajo precario, pisan una tierra inhóspita en Llanes, Ribadesella o Cangas de Onís a la hora de la vivienda.

Así las cosas, el nuevo proletariado sin papeles, escrituras y generacionalmente apátrida, habrá de ayudarse en ello con sus propios votos, sabedores todos de que el bienestar del vecino comienza por una casa digna de vivir.

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Gonzalo Barrena.

Publicado en El Fielato, l 17 de enero de 2024.