Los Beyos del Sella. desde Sajambre. Imagen: César Hórreo.

«Llué es recogido, pequeño y lo atraviesa un río de agua limpia; el río entra en el claro al salir de una estrecha, se entretiene un poco en torno a las casas, da la vuelta a la Peña del Toro y después se desploma en medio de La Tierrona, por El Somonte abajo, hacia el Sella. La parte más abierta de Llué mira al sur y un poco al este, camino de los puertos de Pío, que ya es Castilla, y casi todo es verde en el llano. Las peñas no, blancas y descarnadas por haberse venido abajo toda la tierra. Por eso, en su fondo de saco, revientan los vegetales en marzo pidiendo mano que los distinga, que pueda proteger la hierba, cortarla y curar a tiempo. Que sepa también plantar los huertos y encontrar momento para el rebaño, que dios sabe dónde querrá meterse hoy. Llué es como tantos sitios, pero no está en ninguno que no sea él: son las cosas de la geografía, que nunca repite el mismo suelo aunque el cielo sea común«.

De la novela “Viaje al mundo de Martín Llamazales”, de Gerardo López y Gonzalo Barrena, 2003

La casería de Llue fue aprovechada en comuña, entre el propietario y los llevadores, hasta comienzos de los 60 en el pasado siglo XX. Su tierra, regada y llana, se despliega en una cota amable, en torno a los 600 metros de altitud, y en sus días tuvo molinos, cuadras, espléndidos maizales, como el que se adivina en la imagen tras los cazadores, los nogales -que persisten allí- y un buen repertorio de frutales, cuidados por la mano de campesinos radicalmente autosuficientes. El río y las truchas, el monte maderable, la leña por doquier, la caza…todo el abanico de recursos que compone la periferia de Llue hacían del sitio un verdadero paraíso en tiempos inclementes y en medio de un territorio dominado por la verticalidad.

Partida de cazadores, en Llué, junto al casero (primero por la derecha). Alrededor, alguno de sus hijos (h. 1920).

Sin embargo, la interrupción de la presencia humana al frente de la casería, a mediados del siglo XX, dejó el lugar a merced de una naturaleza rampante, no culta, guiada por las estaciones y apenas contenida por ganados que retrocedían año tras año, de acuerdo con las las leyes del abandono que rigen desde esa época toda la cordillera.

En 1984, el Gobierno de Asturias adquiere la propiedad del Caserío de Llue, quizá sin ser consciente de que asumía también la obligación de conservar un espacio de altísimo valor paisajístico, tanto en su dimensión natural como cultural.

En 2003 se declara como tal el Parque Natural de Ponga, extendiendo la protección ambiental sobre toda la superficie del concejo, y comienza la redacción del Plan de Uso y Gestión, el documento rector de actividades y aprovechamientos, que se aprobará varios años después, en 2007. Un año antes de su aprobación, en 2006, Gerardo López y quien suscribe este artículo, presentamos un conjunto de alegaciones sobre caminos y usos históricos de Llue. Entendíamos que la reserva ecológica prevista sobre la veguina no los contemplaba y descuidaba la protección del lugar, un importante enclave patrimonial del concejo; y que al excluir cualquier tipo de presencia o actuación sobre el sitio, encaminaría su superficie limpia y llana al deterioro ecológico integral. Nunca recibimos respuesta.

Hoy, sobre el prado de Llue, con nueve días de bueyes según las escrituras (más de una hectárea), ha crecido una densa capa de matorral entre la que, a duras penas, se abren paso los animales, cuando bajan a beber desde el soto al río. Nadie reclama la vuelta a un pasado imposible, pero sí un cuidado anual -por desbroce- de la vega, así como su memoria, en una moderadísima y guiada visita del lugar.

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Gonzalo Barrena. El Fielato, 24 de enero de 2024.