En tiempo de tractores y agitación, tampoco ha asomado a las pantallas la gente cantábrica. La ganadería de montaña vuelve a quedar fuera de foco, eclipsada por las explotaciones de meseta y su producción, que también son arrolladoras en los medios. En la política de megafonía, el paisano del norte rehusa la figuración. Los ausentes.

Hace décadas que los campesinos asturianos juegan en otra liga y paisaje, que no es menor. Determinados por el relieve, han sobrevivido al descuido de los imperios, que se rigen por cifras y hectáreas imposibles en la cordillera. En la lengua de los maestros, el latifundio sonaba siempre a Castilla y era un concepto tan lejano para los escolares como la selva o el desierto.

En nuestro mundo, en cambio, hórreos, casas y huertos, y los tractores cuando llegaron, siempre fueron de dimensión moderada, como los rebaños. El campesino, por su parte, desenvuelve las horas desorillando los prados de casa, reparando las sebes y poniendo a techu todo lo que pueda venir a menos con el agua. La presencia del paisano se reconoce en el cuidado geométrico del universo al que pertenece, desde las líneas del huerto a los aperos, apoyados siempre sobre alguna razón. Las madreñas, descalzas a la puerta, dicen que hay alguien dentro, y el orden en la quintana, como la belleza de las cosas sin atildar o el silencio, señalan a quienes dominan el medio sin alharacas, ajenos al ruido y no a la coyuntura.

Ellos, los ausentes, saben que el cielo y la tierra son los de siempre, pero son muy conscientes de que algo ha desordenado las estaciones y un sindiós gobierna los meteoros, mientras siguen subiendo los piensos y el gas-oil.

Gonzalo Barrena. El Fielato, 21 de febrero, 2024.