Hace ya miles de años que la civilización mira al cielo para computar el tiempo, pero no ha sido fácil ajustar su paso, pues hasta 1582 no se ha consensuado el año global, que se rige hoy por el calendario gregoriano.

Cuando el judío de origen ucraniano Samuel N. Kramer publicase en 1956 que “La Historia empieza en Sumer”, no hizo otra cosa que reconocer la evidencia a través de 39 pequeños relatos que confirman el título de su obra. Los sumerios marcaron el inicio del tiempo cultural, aunque se tardasen miles de años en poner en hora los calendarios. El musulmán continúa fiel a Sumer, con meses lunares que comienzan el primer día, después de la puesta de sol, en que se avista el hilal, el modo de nombrar en árabe la “luna creciente”.

En la medición del tiempo, continúa luchando la matemática con los astros sin obtener una victoria definitiva. Por un lado están los días, por otro las estaciones, que rigen el año; pero por el medio quedan los meses, que se rigen por la luna, y que no se acompasan con el ciclo solar. El desajuste ha proporcionado a emperadores, papas, ulemas y califas una buena coartada para aparecer como mediadores entre el pueblo y los astros, que son eso y no otra cosa los asuntos del calendario.

La victoria, por el momento, está en manos del Gregorio XIII y sus astrónomos, que afinaron el ciclo solar con el desfase de un día cada 7.700 años. Asumible. De acuerdo con su reforma, vuelan los aviones y fijan los países su lealtad al huso horario. Los musulmanes, por su lado, continúan atentos a la lunación sumeria en la liturgia, que ha fijado para este 17 de junio, su fiesta del cordero.