Imagen: Palacio de Balsera, Avilés, Asturias. Imagen: Maia Rozada.
El canto del cisne
Gonzalo Barrena
En la casa del comerciante avilesino Victoriano Fernández Balsera, no cabrían físicamente los dibujos de Antonio Palacios Ramilo, arquitecto natural de Porriño, Pontevedra. A 150 años de su muerte, Madrid celebra y reconoce que la identidad urbana de la capital tiene muchos apellidos gallegos incrustados en la piedra cruda y clara de sus edificios. Avilés cuenta entre los suyos con una muestra notable de su capacidad estereotómica: el Palacio de Balsera.
No vamos a desgranar aquí la conocida arquitectura de Antonio Palacios (Palacio de Comunicaciones, Círculo de Bellas Artes, etc., etc.), pero sí repensar la forma de sus edificios, dibujados en tiempos de secesión estética. Los arquitectos de entonces se debatían entre la pulsión industrial y económica (comercios, almacenes, fábricas…) y el historicismo (palacetes e instituciones religiosas o civiles). En medio de la contradicción, el regionalismo y los caciques tiraban al diseñador de una manga. De la otra, el modernismo y las vanguardias. El resultado es ese adjetivo tan cómodo para designar el estilo atrápalo-todo de entresiglos: “ecléctico”; y el Palacio de Balsera (1917) puede ser una muestra de esa etapa en la que casi todo son excepciones.
Parece ser que Antonio Palacios respiraba el aire del los tiempos pero mantenía a raya las modas. Su volatilidad perjudicaba al edificio, que como la persona debe tener por dentro y por fuera identidad propia. El palacete de Balsera la tiene, al igual la Casa Consistorial de Porriño, casi del mismo año e idéntico autor. En ambas, el arquitecto mira al pasado para recordar a inquilinos y vecinos que la belleza siempre está de moda, por encima del uso privado o común de las construcciones.
Pero en aquel tiempo estaba a punto de nacerle un hermano mutante a esa arquitectura tan esforzada: el racionalismo, la primacía de planos simples y cubos desnudos en que todavía nos desempeñamos hoy. Nacía la Bauhaus, y muy pronto comenzarían a aletear Frank Gehry, el arquitecto del futuro Guggenheim, y Oscar Niemeyer.
Entretanto, el Palacio de Balsera, de sinuosa coquetería, como otras obras de Antonio Palacios, componían el otoño de la arquitectura que se adorna. A partir de 1920 emergía el edificio-contenedor.
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La Nueva España, 29 de septiembre, 2025.