La relación entre las palabras y las cosas es un misterio antiguo. Es imposible saber cómo fue la primera atribución de un sonido al sol, a la luna, al agua…es muy difícil seguir el rastro de las primeras formas de decir “fuego”, quizá una exclamación de nuestros antepasados queriendo significar cómo quema, cómo luce o cómo suena el elemento primordial. Le dicen onomatopeya.
Después llegó la escritura; y con ella, la correcta pronunciación de los signos. Así nacieron los ritos, la poesía, el teatro y todas las artes formales que volvían a las fuentes, una y otra vez, a buscar el agua clara de la comunicación original.
Los alumnos del centro cultural Al Idrissi han protagonizado la pasada semana un recital de Taywid, o correcta pronunciación, en este caso, del Corán. Conseguir la excelencia fue toda una obsesión del pueblo griego, que denominaba “areté” a ese empeño. Los guerreros la perseguían en el campo de batalla, los pensadores en la construcción de conceptos, los calígrafos en la belleza del trazo y los cantores de poemas ponían todo el cuidado en la recitación, el canal universal que precedió a todos los medios.
Hace tiempo que la Educación, al menos la Secundaria, ha abandonado el cuidado en el decir de las cosas. Los youtubers aprovechan hoy ese descuido, aupados por las voces artificiales que vagan en el limbo digital, o likes. Los nuevos bardos imponen un ritmo y unos modos arrolladores, arrojando la poética más allá de las puertas de Orión, en una lengua que jamás será materna.
De ahí que en Al Idrissi, como en cualquier escuela, salón o teatro donde la gente pueda cultivar el sonido limpio de las fuentes, la buena pronunciación sea hoy toda una esperanza.
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Gonzalo Barrena
El Faro de Ceuta, 25 de marzo, 2024.