Escenario

Hay mundos que están dentro del mundo, como el teatro o los escaparates, y te puedes meter en ellos, abandonándote por un tiempo a la pura contemplación. Ambos padecen una cuidada debilidad por los escenarios, fondos sobre los que rielan los actores o las mercancías, pero no es habitual la mezcla en ambos modos de representación.

Por eso resultan tan sorprendentes las incursiones de cuerpos en movimiento tras los cristales de las tiendas, universos compuestos de luz, formas inertes o mecanismos de ciclo ciego que tan parecidos son a los estados de reposo. Una mujer de carne y hueso, dentro del escaparate, imanta irresistiblemente la mirada de los transeúntes, como si todos se volvieran jugadores en el acertijo palmario de reconocer al intruso. La dependienta que recordamos seguro que provocó esto que se dice o más, pero la que motiva el texto que te retiene, ay amigo, actuó con una genuflexión de ésas que sólo saben hacer las mujeres con falda.

Y lo describo porque dobló asimétricas -y rozándose por el interior- unas rodillas de moderado hueso, suspendió dos centímetros los tacones, absortos de talón, inclinó el dorso en un plano también sostenido y depositó, lloviendo cabellos, una pulsera de fruslería entre dos complementos que no recuerdo. Se incorporó como hacen los flamencos y voló, esfumándose por un burladero del escaparate hacia el que dos niños y yo mirábamos con distinta óptica.