Queso y política

Avanza octubre y llegan los días marcados en cardenillu, el va y ven a la cueva, los mercados y el tiempo de convertir en renta todo lo que se trabajó.

En algunos papeles antiguos cuentan los escribanos cómo llegaban a los feriales las mulas del puerto, cargadas con esas ruedas de queso que casi reventaban los cestos, para ser cambiado todo ello por harina, ropa o lo que fuese menester. Fueron muy concurridos los recintos de Potes, Cangas, Cabrales o Riaño, plazas hasta las que se aventuraban, al pian pian, aquellos pastores con caballería que ahorraban en forma de queso todo cuanto daban los soles y las hierbas en la buena estación. Ahora ocurre más o menos lo mismo, aunque los artesanos tienen que allanzar hasta las capitales, y allá cuerren los síndicos del queso a enseñar los productos, envueltos en primorosas campañas de mercadeo. Este lunes reciente, ese centro de Avilés que lleva el nombre de su arquitecto, el Niemeyer, acogió a los hacedores de Gamonéu. Curioso lugar.

Curioso lugar el escogido porque uno tiene la sensación de que por los agujeros de las obras ostentosas se han ido demasiados dineros del común, cegados los alcaldes y presidentes por la vana idea de ser recordados en forma de cemento. Cosa que consiguieron, sin duda, pues quedó sembrada la región de mausoleos en los que yace, lujosamente embalsamada con nuestros impuestos, la negligencia política de tantos regidores a cuya memoria se profesan hoy todos los juramentos del contribuyente.

Porque aciertos políticos como el de Cueva Oscura se cuentan con un dedo de la mano, mientras que las rondas de hormigón y millones de euros, a las que convidaban los alcaldes con nuestro dinero, han arruinado para mucho tiempo el futuro de los municipios. “Cueva Oscura”, un espacio en las entrañas de Onís destinado a la maduración en común del queso Gamonéu, es un signo de inteligencia institucional por su brillante ejecución y aprovechamiento. Por el contrario, la obsesión autoritaria por edificar, o gastar medio millón en collares de lobo es hacer el tonto con los impuestos.