Metal-prau

Hay un sonido que vuelve, un sonido que estremecía la cadera de las abuelas y que está siendo rescatado para el goce global, pues lo retoman ahora los rapaces saltando por encima del rock en que se criaron sus propios padres. Entre abuelos y nietos siempre hubo menos prisa y mayor entendimientu.

Les fiestes de prau arroparon la cumbia durante décadas, especialmente en los años más críticos del pasado siglo, cuando arreciaba el vendaval anglosajón y casi todos los ejecutantes se convertían al turrón duro del rock. Durante el último tercio del XX, la trompeta, el saxo y la cuerda de sonidero, sólo se dejaban oír en las bodas de barrio o en los bailaricos, acertado nombre portugués para la verbena rural. Por lo que asistimos con agrado al resurgir de lo que podría rebautizarse, con estilo de barra y radio, como música metal-prau. El nombre se lo escuché a un Aramburu, linaje polifacético de Peñamellera que -en una u otra vertiente- se manifiesta siempre sensible ante las cosas que valen.

Y si el término es resultón es porque combina con eficacia varias luces, empezando por “metal” jugado a la inglesa, delante del nombre, para descartar desde el principio cualquier prurito burgués: metal pronunciado así confiere al género aire de rapaza nueva, aunque baile en falda de restallón con el genoma de la mismísima abuela, repitiendo sus años de juventud. El asturiano “prau”, por su lado, recalca la escena en la que ejercen las charangas, indicando al respetable que  el pueblo, cuando festeja, baila con los pies sobre el suelo de la nación.

De modo que conviene estar atentos al esporpollar de la nueva cumbia villana, una flor de los sentidos que reaparece, como lo hizo el swing, para aliviar las apreturas de los días. Porque bailar siempre fue prestosu, siempre fue gratis.