Verde Viances

En el concejo de Ponga hay una campera franca y airosa, Viances, en el camino de Grancenu al Sen de Los Mulos, cuajado este sábado que pasó de setas y caminantes. La belleza decadente del otoño repuebla cada estación los montes de Ponga.

En medio de la llomba Viances hay unos jitos que separan tierras de cada quién, o montes, no se, porque la geografía humana es tan caprichosa como la natural, y especialmente aquí, cuando ves cómo corre la linde de la región por la cantabria que le apetece: hay tantas cumbres y tantos beyos a la redonda que no se entiende el sen que siguió la tierra en sus quebraduras, ni por qué las provincias dieron en terminarse así, entre El Jucantu y La Fonfría por ejemplo.

En medio de la campera y sentada sobre el muñón, una mujer menuda de rubio entrecano escribía cosas en una libreta. Vengo a verdes, me dijo, como ese pintor de Gijón que repetía estancias en Ponga, invitado posiblemente por su concreta gente y por su luz. Por lo que dicen sus cuadros, a Nicanor Piñole le interesaba más la realidad que la costumbre, y por eso su pintura es fresca y trasciende el folclore, que aparece siempre después de que las cosas hayan muerto.

El verde viances de la media tarde, contra el acebal oscuro y brillón de Los Bustiellos estaba vivo y era únicamente de allí, donde había ido a buscarlo la pintora. Porque desde el siglo XIV y Ockham se sabe bien que la realidad sólo se compone de singulares.