El modisto

En una calle de El Llano, que nombraron así los de Xixón, se puede leer un cartel reciclado de una profesión clásica: modisto. Pero el anuncio del que se habla tiene aquí tres salvedades: que el cartel remata en masculino un oficio que en España era de mujeres. Dos, que el experto en arreglos cerró con un círculo la “A” del afiche, en un gesto ácrata que desafía a los dioses contemporáneos del TTIP.

Y tres: que el modisto tiene pigmento africano en su piel, sin perjuicio de las rastas que, cuando trabaja, recoge con una goma para que no se le enrede en la máquina, una máquina que va a pedal y que está tan preparada como él para atravesar tiempos duros.

Pero si la escena llama la atención es por lo moderna: cambio de género en las profesiones e inteligencia cierta del que cose, al darse cuenta de que los vaqueros, ordenados en columnas de a dos sobre la mesa, valen menos que los arreglos. Hay un Dorado europeo por descubrir en el trabajo al detalle.

Porque meter el bajo a un pantalón ya cuesta cuatro euros, y ese oro fue el que vio brillar el modisto, un acierto que le lleva ahora a acumular ganancia con sus manos de palmas claras, más brunas por el reverso, y de precisas uñas para deshilvanar.

El mundo gira y cambia cada vez, y es asombroso. En el blanco y rosa de su expresión, el modisto preguntó con voz alfombrada: ¿qué arreglo, señor, es el que quiere usted?.