Cuánta grafía.

Ya no quedan maestros.

En el cinturón del Avilés industrial, a comienzos de los sesenta, había uno de nombre José María, que se detenía en enseñarnos a escribir bien. La caligrafía.

Las generaciones que salen hoy de los hornos escolares vienen educadas digitalmente, pero con una gran debilidad entre los dedos, qué contradicción. Quizá hayamos quedado detenidos, los veteranos, en un momento chino de las manos, por haber crecido entre la delicada forma de los rasgos, la estilográfica sutil y el tintero, objetos que ya son, como el pensar, sustancia de museo.

Eso toca. Pero confío en que no se vaya con ellos, a la vitrina de la memoria, la antigua complicidad entre la muñeca que escribe y el cerebro, con cuatro mil años de antigüedad para las producciones del alfabeto. Porque hoy, que los dispositivos encañonan aquel pensar de la tinta, y su olor, por el tobogán vertiginoso del teclado, con el corrector pisándote los talones de viejo que tienes entre las manos, quizá el pensamiento se inhiba como un cuerno de caracol.

¿Y la lectura?…no queda tiempo tampoco para ella, si se ha incrustado en tu vida intelectual un troyano en forma de whats app. La mayor parte de mis alumnos reciben más de 200 mensajes diarios. Tengo varios que pasan de mil antes de coger el sueño. La cuantigrafía. Porque

sois muy pocos, Alberto, los que apretáis pólvora de labios en forma de poema, que es el escribir guapo o caligrafía.