Bailar en asturiano
Entre todas las formas indígenas de cultura, el baile asturiano no acaba de espoyetar. La canción no murió nunca, y se caltién entre toda esa xente bien vistía, que puebla concursos y teatros. La gaita, que es individual, sigue viva entre maestro y discípulos, como en el óleo de Manuel Medina, pintor gijonés que fijó el aprender musical en su Lección de Gaita (1924), donde un aldeano entrado en años acompaña la digitación de un rapaz que es todo papos, por el desafío al pulmón que suponen los primeros pasos con el fuelle.
Pero el baile asturiano se queda atrás en esta región de naciones, almidonado en el faldamenta de les muyeres y en la escasez de hombres, siempre más sensibles al fútbol que a los ensayos. Y nadie apoca el mérito de los grupos, últimos combatientes -únicos combatientes quizá- en esa guerra desigual que libra música moderna con las formas tradicionales. Nadie niega esa llabor. Lo que se echa en falta son escenarios más cómodos para el rescate: el baile en grupos y bandas, siempre a sueldo de políticos, no ha de ser la única forma de disfrutar la música en movimiento, y uno prefiere muchas veces bailar “a lo asturiano” en vaqueros. O en espacios menos formales, donde respire el cuerpo que danza, o en chigres, donde salten las caderas a bailar tirando de la voluntad, porque es en la cintura donde se sienten primero les ganes de bailar.
Porque el folclore, un modo funerario de disfrutar de la cultura, es pura nostalgia y una verdadera losa para la resurrección de las formas.