El desfile del Corpus

Reconozco mi debilidad por las procesiones católicas. Y entiendo que Clarín haya logrado su Regenta con el erotismo gótico de Ana Ozores, velado por la religión.

Pues eso, que pasó el domingo de las comuniones y el sacramento dejó a un lado la reciella de traje y misal, para concentrarse en las verdaderas protagonistas del día, las madres, madrinas y prontoabuelas que se dejaron ver en el desfile del Corpus, nunca mejor dicho, porque el mes y el día ayudan a dejar constancia del cuerpo de las mujeres, viudas por un rato de marido e invierno.

Tantas alumnas que lo fueron, entonces mujeres-alambre, enjutas de adolescencia y nervio, y que llenan ahora con sazón los ajustados vestidos de carne. Hembras alfa de la comunidad, creyente por un día, en el imponente poder de la mujer que se viste y rasga, envuelta en la presunta piedad de las procesiones.

Como militante, envidio la eficacia de la religión, ese movimiento tan viejo como aquel oficio, que consigue tanta gente como el 15 M, cada año, cada siglo, sin inmutarse. El Catolicishmo lleva compitiendo con los come-curas más de dos mil años, y sigue ganando los desafíos por goleada.

Por eso, y antes de entregarme a las feministas reconociendo mi falta, quiero compartir este recuerdo de público pecador: entre las acompañantes pasó una mujer en tela viscosa, vaya nombre, que me turbó. Me costó distinguirla; y me costó porque coincido con ella en chandal, cada mañana, a la entrada cenicienta del Colegio. Casi no la reconozco el domingo, emponderada en tacón y labios tarantinos, surcando el mar de la villa como un portaaviones de feminidad primate. Qué visión. Me sentí Aznar por un instante, y volví la vista hacia atrás.

En la cola, con resaca de Champions, los maridos participaban con tanta ilusión como en las reuniones del AMPA.